Escribe: Iván Alonso. Ph.D. en Economía por la Universidad de California, Los Ángeles. Profesor de Microeconomía Aplicada en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC).
Mucho se ha criticado la reducción del impuesto general a las ventas (IGV), que entró en vigor este mes de marzo, por la oportunidad en la que se produce. En lo político, porque estamos en plena campaña electoral. En lo económico, porque se trataría de una medida expansiva, en un momento en que la economía requeriría más bien enfriarse. Se trata esta última de una doctrina de raigambre keynesiana, y como otras doctrinas keynesianas está profundamente equivocada.
La reducción del IGV no es una medida pro-cíclica ni anti-cíclica; no es ni expansiva ni contractiva; no calienta ni enfría la economía. Contra lo que piensan la mayoría de los economistas y la opinión pública en general, la política fiscal no tiene esos poderes. No los tiene porque no puede alterar el gasto agregado. Los dos mil millones de soles que, gracias a la reducción del IGV, se quedarán en manos del sector privado ya no estarán disponibles para que los gaste el sector público.
¿Cómo haría el gobierno para gastar dos mil millones de soles que no tiene? A menos que encuentre quiénes le fíen, no tendría manera de hacerse con esa cantidad de bienes y servicios. Puede pedir plata prestada, pero cada sol que levante del sistema bancario o del mercado de capitales ya no estará disponible para financiar a empresas y consumidores. El único que podría ayudarlo a solventar esos gastos sería el banco central, emitiendo más moneda. Pero ésa es ya una decisión de política monetaria, y no una consecuencia inevitable de la reducción del IGV.
En la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero de Keynes, el gasto del gobierno es “autónomo”. Quiere decir que puede presupuestarse y ejecutarse independientemente de las tasas impositivas. Más bien, una vez fijado el gasto del gobierno y fijadas las tasas impositivas, el volumen de actividad, el tamaño de la economía, se ajusta de tal manera que la recaudación fiscal se equilibre con el gasto autónomamente determinado por el gobierno. En esta teoría, una reducción de impuestos, manteniendo constante el gasto gubernamental, produce una expansión de la economía. En la realidad, las cosas son distintas.
Keynes nunca explicó satisfactoriamente cómo se produciría ese ajuste del volumen de la actividad económica. Si su teoría fuera correcta, no existirían los déficits fiscales estructurales. Serían solamente fenómenos temporales, mientras la economía transita de un equilibrio a otro.
La reducción del IGV no puede, pues, ser ni pro-cíclica ni expansiva. Lo que sí puede es generar un déficit fiscal, si el gasto público no se mantiene dentro de los límites de la recaudación. Y es a eso principalmente a lo que deberían prestar atención los economistas y el gobierno.
Mucho se ha criticado la reducción del impuesto general a las ventas (IGV), que entró en vigor este mes de marzo, por la oportunidad en la que se produce. En lo político, porque estamos en plena campaña electoral. En lo económico, porque se trataría de una medida expansiva, en un momento en que la economía requeriría más bien enfriarse. Se trata esta última de una doctrina de raigambre keynesiana, y como otras doctrinas keynesianas está profundamente equivocada.
La reducción del IGV no es una medida pro-cíclica ni anti-cíclica; no es ni expansiva ni contractiva; no calienta ni enfría la economía. Contra lo que piensan la mayoría de los economistas y la opinión pública en general, la política fiscal no tiene esos poderes. No los tiene porque no puede alterar el gasto agregado. Los dos mil millones de soles que, gracias a la reducción del IGV, se quedarán en manos del sector privado ya no estarán disponibles para que los gaste el sector público.
¿Cómo haría el gobierno para gastar dos mil millones de soles que no tiene? A menos que encuentre quiénes le fíen, no tendría manera de hacerse con esa cantidad de bienes y servicios. Puede pedir plata prestada, pero cada sol que levante del sistema bancario o del mercado de capitales ya no estará disponible para financiar a empresas y consumidores. El único que podría ayudarlo a solventar esos gastos sería el banco central, emitiendo más moneda. Pero ésa es ya una decisión de política monetaria, y no una consecuencia inevitable de la reducción del IGV.
En la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero de Keynes, el gasto del gobierno es “autónomo”. Quiere decir que puede presupuestarse y ejecutarse independientemente de las tasas impositivas. Más bien, una vez fijado el gasto del gobierno y fijadas las tasas impositivas, el volumen de actividad, el tamaño de la economía, se ajusta de tal manera que la recaudación fiscal se equilibre con el gasto autónomamente determinado por el gobierno. En esta teoría, una reducción de impuestos, manteniendo constante el gasto gubernamental, produce una expansión de la economía. En la realidad, las cosas son distintas.
Keynes nunca explicó satisfactoriamente cómo se produciría ese ajuste del volumen de la actividad económica. Si su teoría fuera correcta, no existirían los déficits fiscales estructurales. Serían solamente fenómenos temporales, mientras la economía transita de un equilibrio a otro.
La reducción del IGV no puede, pues, ser ni pro-cíclica ni expansiva. Lo que sí puede es generar un déficit fiscal, si el gasto público no se mantiene dentro de los límites de la recaudación. Y es a eso principalmente a lo que deberían prestar atención los economistas y el gobierno.
facebook.com/bufete.tributario |