Escribe: Felipe Ortiz de Zevallos. Perú Económico.
Según Wikipedia, un intelectual es aquella persona que dedica parte de su actividad vital al estudio y reflexión crítica sobre la realidad en la que se desenvuelve. Hace ya algunas décadas, ello implicaba, por ejemplo, el conocer sobre Freud, Marx y el modernismo. En el mundo del siglo XXI, sin embargo, los conceptos de estos autores, revolucionarios en su época, pueden constituir ideas estancadas y hasta retrógradas. Muchos de los llamados “intelectuales” pueden ser bastante ignorantes respecto de algunos avances significativos en el mundo de nuestra época. Su cultura, que suele desdeñar el avance científico, muchas veces resulta libresca y poco empírica.
En su libro Las dos culturas, C.P. Snow se refería a esta dualidad y a las diferencias entre los hombres de letras y los científicos. Señalaba, sin embargo, que en algún momento de la primera mitad del pasado siglo los intelectuales literarios empezaron a autodenominarse intelectuales a secas, y se apoderaron así del término, como si no correspondiese también a otros. Así, los matemáticos, físicos, geólogos, oceanógrafos dejaron de ser vistos como intelectuales.
En una segunda edición de su libro, Snow se refirió a una eventual “tercera cultura”, que podría emerger de la confluencia fructífera entre los intelectuales literarios y los científicos. Pero ésta, finalmente, no se ha dado. Más bien, lo que ha sucedido es que no pocos científicos han empezado a comunicarse directamente con el público. Cuando hoy se revisa una buena revista internacional, los temas científicos pueden resultar más atractivos que los de las humanidades, lo que no era cierto hace un tiempo. Es que la naturaleza humana cambia poco; en cambio, la ciencia, durante los últimos años, viene experimentando una transformación impresionante, alterando el mundo de manera irreversible con la biología molecular, la inteligencia artificial, la teoría del caos, las redes neuronales, los sistemas complejos, la biodiversidad, la nanotecnología y así.
John Brockman es un empresario cultural con experiencia en el campo del arte, la ciencia, el software y la Internet. Ha fundado la Edge Foundation y administra una rudimentaria página web (www.Edge.org), donde pensadores muy destacados analizan la ciencia más vanguardista. Hace poco, por ejemplo, inició un debate interesante sobre ¿Qué conceptos científicos mejorarían la manera de pensar de todas las personas?
Más de 100 pensadores respondieron a esta pregunta. Un lingüista de la Universidad de Columbia, por ejemplo, señala que deberíamos ser más conscientes de una dependencia usual de las “huellas en el camino” porque muchas veces se repite como normal o inevitable un curso de acción, tomado en el pasado, sin considerar si la justificación para el mismo sigue siendo válida. Similarmente, Evgeny Morozov, autor de The Net Delusion, denomina como Efecto Einstellung el intento por resolver problemas con los mismos formatos y herramientas que funcionaron en el pasado, sin analizar las características cambiantes de cada situación.
Daniel Kahneman de la Universidad de Princeton menciona la Ilusión del Foco: “finalmente, nada en la vida resulta tan importante como uno cree que lo es cuando está analizando el tema”. El físico Carlo Rovelli hace énfasis sobre la inutilidad de la certeza. “Un buen científico nunca está seguro de algo”. Si uno valora la confiabilidad, la certeza puede ser muy peligrosa. La opinión pública, sin embargo, suele desconfiar mucho de la falta de certeza porque considera, erradamente, que implica poco rigor y escenarios poco predecibles. Por ejemplo, el que los estimados referidos al cambio climático sean inciertos ha sido usado, frecuentemente, como una excusa para sustentar que no debe hacerse nada respecto del proceso.
“La incertidumbre –afirma el físico Lawrence Krauss– constituye un componente central en el avance de la ciencia. Cuantificar la incertidumbre, y poder incorporarla en modelos, es lo que le otorga a la ciencia su carácter cuantitativo. Sin embargo, no hay número, medida, ni experiencia científica que sean exactos. Por tanto, dar números, sin agregarles su grado de incertidumbre, no tiene sentido”. Neil Gershenfeld, del MIT, agrega: “La mayor equivocación respecto de la ciencia es suponer que ella busca y encuentra la verdad. Lo que hace, en realidad, es elaborar modelos y comprobar la validez de los mismos”.
El escritor Clay Shirky sugiere dar más atención al principio de Pareto “la regla 80/20” al observar la realidad que nos rodea. En Twitter, por ejemplo, el 2% de los usuarios envía el 60% de los mensajes. Es inusual que los promedios, en la vida real, se encuentren en el medio, como en la campana de Gauss. Esta regla se repite en muchos sistemas complejos. Muchos creen que el ingreso promedio de las familias y el ingreso de la familia mediana deberían diferir poco. El mundo no funciona así.
Kevin Kelly, editor de Wired, plantea la necesidad de reconocer la importancia y el valor de los fracasos. “Podemos aprender casi tanto de un experimento que sale mal, que de uno que sale bien. El fracaso no es algo que deba ser evitado a toda costa”. Ésa es una lección de la ciencia que sirve para el diseño, la ingeniería, el deporte, la política, la actividad empresarial, incluso para la vida misma.
Michael Shermer, quien edita el Skeptic Magazine, escribe sobre la importancia de pensar “de abajo a arriba” y no al revés, ya que todo en la naturaleza y en la sociedad humana sigue ese patrón. “La economía es un proceso autoorganizado y emergente de personas que intentan sobrevivir y la democracia es un sistema político emergente diseñado específicamente para reemplazar a autocracias, teocracias y dictaduras”. Las mayorías no piensan así. Como muchos creen que la vida partió de un diseño ordenado, consideran que la economía y la política pueden ser organizadas de arriba a abajo.