La economía y las utilidades de las empresas han crecido, pero ello no se ha visto reflejado en los sueldos.
Escribe: Luis Davelouis Lengua / El Comercio.
“Si se debe o no elevar la remuneración mínima es una discusión bizantina”, afirma el profesor de la facultad de Economía de la Universidad del Pacífico, Gustavo Yamada. Y en parte tiene razón. Se trata de un pleito de más de dos décadas con creación de grupos y comités de trabajo y consejos nacionales de por medio. Pero nada parece funcionar.
En esos últimos 20 años, la economía ha venido creciendo a una tasa promedio de 5%, lo que significa que, en ese lapso, el PBI casi se ha duplicado mientras que los salarios no han corrido igual suerte. Si acaso –según el profesor Carlos Anderson de Centrum Católica– “apenas superan el nivel que tenían en 1973”.
De hecho, el índice de salario mínimo del INEI, entre el año 2000 y enero de este año muestra un pequeño crecimiento. ¿Cómo es eso posible (o justo) si, en ese mismo lapso, las utilidades de las empresas peruanas marcaron récords espectaculares?
Por poner dos ejemplos: hace 10 años (en el 2000), el Banco de Crédito tenía un patrimonio neto de S/.1.740 millones y hoy supera los S/.5.539 millones ; pasó de obtener una utilidad neta de S/.70,2 millones en el 2000 a una de S/.1.209 millones en el 2010 ¡más de 1.600%! Otro: la compañía minera Milpo –en el período mencionado–, pasó de un patrimonio neto de S/.294,5 millones y una utilidad neta de S/.12,5 millones en el año 2000 a un patrimonio de S/.540 millones y una utilidad de S/.129,6 millones tan solo 10 años más tarde.
Eso no ha sucedido con los sueldos que, según el ex viceministro de Hacienda, Waldo Mendoza, se han mantenido constante en los últimos 10 años mientras que el PBI creció 50% en términos reales. Así, parece más que evidente que es necesario elevar los ingresos de los trabajadores en, al menos, la mitad de eso.
SÍ SE PUEDE
El principal argumento en contra de elevar la remuneración mínima ha sido y es esgrimido por el sector empresarial en su mayoría. Sostienen que hacerlo obstaculizaría la formalización de las empresas que están en el sector informal e incluso el regreso de algunas a la informalidad al elevar los costos de contratación y todos aquellos asociados a los salarios. Pero también se señala que los salarios son un precio como cualquier otro y que, por ello, deben formarse por oferta y demanda; y, en ese sentido, una remuneración establecida por ley, genera una seria distorsión en el mercado.
La realidad es más compleja que eso,explica Anderson,el 52% de la economía es informal y está bajo una opacidad total, el salario mínimo tiene, en ese sentido, una función de señalización que el sector informal adopta para la toma de decisiones,no es tan verdad que cause desempleo.
Para él, el meollo del asunto es que la mentalidad del empresario nacional “es inflacionaria (...) por eso exigen márgenes de entre 25% y 30% (altísimo comparado con estándares internacionales: las empresas más grandes del ránking de “Forbes” marginan 7% en promedio) pues, de lo contrario, piensan que la inversión no vale la pena (...). Eso no tiene sentido en una economía no inflacionaria como la actual”. Según Anderson, se trata de que el empresario flexibilice los márgenes y “muestre su alma siendo más solidario (...), las personas no sienten el crecimiento ni el bienestar asociado a él y por eso reclaman”.
Otro argumento en contra es la competitividad: elevar los costos laborales juega en contra. “La competitividad no está ligada ni a políticas mercantilistas, ni a depredación de recursos naturales, ni a salarios bajos (...), el salario en Suiza es de US$19,5 por hora, de US$11 en EE.UU. y de US$7,5 en España mientras que en América Latina es de US$3,5 y en África de US$1.En ese sentido, nosotros deberíamos ser más competitivos que Suiza y claramente no lo somos”, explica el profesor de Centrum Católica, Alejandro Indacochea.
El ex presidente de la Confiep, Ricardo Briceño, opina que ese análisis peca de simplista: “hay sectores intensivos en capital y no en mano de obra que no tendrían ningún problema, pero los que son intensivos en mano obra, como el textil y el agropecuario, están acogotados porque tienen márgenes muy pequeños”.
El presidente de la Asociación de Exportadores (ÁDEX), José Luis Silva Martinot, insiste que la competitividad podría verse afectada pero que, más que eso, le preocupan las mypes y pymes que no podrían afrontar los costos mayores y desaparecerían o se volverían hacia la informalidad.
“Como principio, pienso que la gente debe ganar más pero me preocupa que las pymes regresen a la informalidad porque los costos las sacan del mercado”, asegura.
El presidente de la CGTP, Julio Bazán, sostiene que la “opinión de los empresarios no se ajusta a la realidad (...), la competitividad debe medirse con la región y estamos muy por debajo incluso que los salarios que se pagan en Bolivia (...), elevando el salario mínimo crece el mercado interno para las propias mypes y pymes (...), el mínimo debe ser S/.750”.
El empresario textil y presidente de los textileros de Gamarra, Diógenes Alva, está de acuerdo: “S/.600 es muy bajo, se debe elevar al menos a S/.750 para darle vida digna a los trabajadores; cuando el trabajador gana más, hay más mercado interno que solo crece si hay más consumidores (...) yo soy empleador pero fui empleado, yo sé cómo es”. El INEI, lamentablemente y a diferencia de países como Ecuador, no publica información para comparar el costo de la canasta básica y el ingreso mínimo. “El INEI no quiere dar esa cifra”, afirma Indacochea.
¿QUÉ HACER?
Tres de cada cuatro trabajadores no están en planilla, es cierto, y los incentivos y subsidios que el Estado les dio a las mypes no se han materializado –como seguramente se esperaba– en un paso masivo de estas al sector formal. Aparentemente, el tema de los costos no es tan determinante, ¿o sí?
“En la gran empresa puede haber espacio, pero hay sectores en los que no lo hay, particularmente entre las mypes y pymes y, en especial, en provincias (...), el salario mínimo se usa como referencia y base en la agroexportación y el sector textil y pueden ser afectados (...), tal vez habría que ir a un esquema de salarios mínimos diferenciales, pero ¿cómo lo supervisas?”, sostiene la ex ministra de Economía, Mercedes Aráoz.
Según Yamada, la heterogeneidad productiva en el Perú es tan amplia que, así como hay grandes empresas internacionalmente competitivas, hay cientos de miles de mypes “que pagan el salario mínimo y menos”. También el costo de vida es distinto: mucho mayor en Lima y las grandes ciudades que en las medianas y en el ámbito rural. De lo que se trata es de alcanzar el equilibrio, no por buena onda, sino por sentido de equidad y para que el modelo pueda asegurarse a sí mismo la continuidad.