Escribe: Ricardo Ffrench-Davis. Profesor de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile. América Economía.
Uno de los desequilibrios que ha sufrido la economía mundial es la ausencia de una moneda global o internacional. En medio de una globalización intensa del comercio en todo el mundo, que en los últimos decenios se ha expandido al doble de la velocidad del crecimiento del PIB mundial, las monedas con que se transan exportaciones e importaciones son nacionales (mayoritariamente el dólar) o de un grupo de países (el euro). Una globalización comercial sin una moneda global es deficiente para el mundo y perjudicial para las economías en desarrollo. Entre ellas, las de América Latina.
Es deficiente para el mundo porque la economía internacional necesita liquidez (emisión de dinero) que vaya aumentando de manera consistente con su capacidad de crecer sostenidamente. En cambio, en la situación vigente, la liquidez internacional es aportada principalmente por el déficit externo de Estados Unidos, con el que provee de dólares al resto del mundo. Se trata de una anomalía conocida por lo menos desde las conferencias de Bretton Woods en los años 40. Pero no da para más: el déficit de EE.UU. no puede seguir acumulándose. En su calidad de la nación más rica debería aportar ahorros al resto del mundo, y no al revés.
No se trata de desplazar al dólar, sino que acompañarlo en un proceso gradual hacia una moneda global.
La situación es perjudicial para los países en desarrollo porque no participan de la renta que aporta la emisión de moneda. A su vez, sufren la escasez de financiamiento internacional que reina en cada una de las recesiones que siguen a los ciclos expansivos. Entonces, predomina la insuficiencia de los llamados créditos compensadores de entidades como el FMI.
Una consecuencia positiva que ha provocado la crisis global es que retomó fuerza el debate en torno a una moneda internacional. Existía latente una que tiene características de ello, en cuanto ha sido y puede ser emitida por un organismo internacional, que es el Fondo Monetario Internacional. Se trata de un activo que se llama Derechos Especiales de Giro (DEG). Desde 1978, este tipo de moneda estaba adormecida, pasiva. En 2009 se reactivó con vigor. El G-20 acordó en Londres en abril de ese año impulsar una nueva emisión para contribuir a reactivar el alicaído comercio internacional y la demanda global.
El acuerdo se concretó en el Consejo del FMI, el que efectuó la emisión de DEG por más de US$ 270.000 millones (de hecho fueron dos emisiones, una por US$ 250.000 millones y otra por 22.000 millones de DEG). Esos recursos fueron entregados a los bancos centrales de los países miembros del FMI en proporción a sus cuotas de participación. Así, la renta que implica la emisión ya no va a favor de un solo país, sino que se reparte a través de las diversas naciones. Estos recursos se suman a las reservas internacionales de los bancos centrales y les posibilitan aplicar políticas monetarias más expansivas, que estimulan la demanda y las importaciones. Hay que recordar que las importaciones de unos son las exportaciones de otros. Este acuerdo visionario del G-20 contribuyó a moderar la profundidad de la recesión global en 2009.
¿Qué hacer para adelante? En la iniciativa internacional que lideraron Brasil, Chile y Francia desde 2004 –luego acompañados por España, Alemania y Noruega y una alianza actual de unos 50 países– a favor de reformas pro financiamiento innovador para el desarrollo, siempre estuvo presente la emisión de DEG. Propusimos, con el debido respaldo técnico responsable, tres cosas.
Primero, que se iniciaría su emisión periódica para acompañar la expansión del intercambio comercial. No se trataba de desplazar ni complicar al dólar; por el contrario, se trataba de acompañarlo en un proceso gradual de tránsito hacia una moneda global, aliviando los riesgos que involucraba la situación entonces vigente de que el dólar procedía de una economía con elevados déficits gemelos.
Segundo, se propuso que una parte de las emisiones periódicas, en particular las de las economías superavitarias y más desarrolladas, se destinasen a financiar un incremento considerable del volumen y la calidad de la financiación compensatoria que otorga el FMI, lo que requería una reforma de sus estatutos.
Tercero, que se contemplase la emisión especial en situaciones recesivas como mecanismo global contra-cíclico. El G-20 actuó en 2009, ahora con la participación del nuevo gobierno estadounidense, que se unió a la comunidad internacional reformadora. Esperamos que se formalice la acción futura en las tres líneas expuestas. Ello debiera seguir formando parte de la agenda internacional de los gobiernos de la región.